Pedro Juan Gutiérrez, la bestia del trópico

Iván Farías
8 min readApr 2, 2019

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Foto: Sven Creutzmann

El escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez ha desarrollado en su obra narrativa una crítica sin cortapisas del proyecto revolucionario de los Hermanos Castro; no más Hombre Nuevo, no más sueños de igualdad y justicia. En su Trilogía sucia de La Habana, como explica Iván Farías, la capital de la isla se revela como un sitio donde el único objeto que buscan sus habitantes es el placer.

Las comparaciones nunca son buenas: el aludido siempre sale perdiendo porque es medido a partir de un determinado nombre. Cuando Anagrama decidió lanzar a Pedro Juan Gutiérrez en la península, pensaron que un cubano de más de 40 años, que publicaba por primera vez fuera de la isla, necesitaba un blurb que le trajera lectores, como si el boca en boca no fuera suficiente y le endilgaron el mote del “Bukowski caribeño” y el, mucho peor, “Henry Miller habanero”. La cita la firmó Felipe Benítez Reyes de La Tribuna y ahí empezó su éxito, pero también la eterna comparación.

Si bien comparte con ambos autores la visión del sexo hidráulico (como calificó Gore Vidal a Miller), Gutiérrez no es un desencantado del Imperio, un paria por deseo propio; es marginal porque es cubano, porque ha vivido en un país que transitó de una dictadura a una revolución y de vuelta a la dictadura. Pero en su prosa, en su poesía, incluso en su pintura, no hay una motivación política, cuando menos no una evidente. Se cuela entre sus letras pero no tiene un deseo por ser político. Su literatura habla del sexo como actividad para paliar el tedio y forjar relaciones, de la embriaguez, de la sobrevivencia del día a día en un país que parece que no soportará otro amanecer y, sin embargo, sigue de pie, enfrentando la humedad del trópico.

Los personajes de Pedro Juan, a diferencia de los dos autores norteamericanos, no son ni bohemios, ni perdedores sin remedio; son pícaros, andan al día, buscando dónde comer, beber y embriagarse, mientras sobreviven a los edificios que se desmoronan y se dejan retratar por los turistas, que encuentran en la pobreza el motivo de su visita.

Como el propio Gutiérrez afirma: “Si le das al ron o al sexo, lo haces de forma compulsiva. Por eso escribo así; si no, entras en un estado de depresión permanente”. Su literatura es vitalista, un acicate en contra la de contemplación, una oda al ron y un recordatorio que todo cuerpo sirve para tener sexo.

Pedro en su amada Habana.

EL SALTO A ANAGRAMA

El éxito unánime de crítica en Europa, le sobrevino cuando la editorial catalana Anagrama publicó sus tres libros de cuentos Anclado en tierra de nadie, Nada que hacer y Sabor a mí en un solo tomo llamado Trilogía sucia de la Habana. Los tres libros comparten dos ejes temáticos; el personaje álter ego de Pedro Juan, que tiene su mismo nombre, y el centro de la Habana. El libro se puede ver como un cuentario, incluso se puede leer de manera aleatoria, pero si se hace ordenadamente logra el cometido de ser una novela polifónica que revela los resultados de la Revolución de 1959 y el bloqueo.

A diferencia del gran Lezama Lima, Gutiérrez posa su mirada sobre la podredumbre, sin dejar de afinar el oído para volver literario el habla cubana. “Lezama Lima vivía a tres cuadras de mi piso, en La Habana. Se encerraba en su casa, se ponía cuello y corbata y se aislaba en su mundo y en sus libros sobre la cultura grecolatina. No le interesaba la vulgaridad, los chaperos, camellos y jineteras que había a su alrededor. Él consideraba que eso no era material literario… y le salió muy bien, es uno de mis dioses. Sin embargo, yo escribo de lo que veo por la ventana, de mi barrio, Centro Habana, brutal, visceral y lleno de negros pobres,” declaró el autor en una entrevista para el diario español La Vanguardia.

Sobre su álter ego, Pedro Juan ha explicado en varias entrevistas que (si bien hay mucho de él en el personaje), es una construcción de ficción, un juego metaliterario entre él y sus lectores. Este juego, este pacto de realidad, nos hace creer que tenemos a un hombre en la isla que nos va narrando el día a día. Una especie de enviado especial que no teme meterse en los lugares más prohibidos.

La Trilogía sucia de la Habana es también el punto final del proyecto revolucionario de los Hermanos Castro; no más Hombre Nuevo, no más sueños de igualdad y justicia. La Habana se revela como un sitio donde el único objeto que buscan sus habitantes es el placer; es, en términos llanos, la nueva Sodoma.

El libro fue escrito, según cuenta su autor, justo después del “periodo especial”, ese momento cuando el muro de Berlín cayó y la isla dejó de recibir el apoyo de los países socialistas, enfrentándose así a una hambruna y la falla completa de los servicios. Todo esto queda patente en la forma en que los personajes, descreídos, necesitados, se comportan, jugándose el día a día por su cuota de placer. Atrás queda la Habana de Cabrera Infante, de Alejo Carpentier, del propio Lezama Lima. El barco quedó a la deriva y los tripulantes lo manejan como pueden.

El ritmo de las narraciones está marcado por acompasamiento que exige seguir avanzando sin detenerse, mezclado con sonoros diálogos, utilizando de la mejor manera el argot de la ciudad, el ritmo de la conversación, con acotaciones concisas y sin florituras.

“Todas las noches. Sin fallar una. Yo ganaba buena plata, y cuando me venía con esos chorros tan largos y abría la boca y empezaba a gemir con los ojos en blanco y me levantaba de la silla como si estuviera enmariguanado, los maricones se disputaban para bañarse con mi leche como si fueran cintas de serpentina en un carnaval, entonces me lanzaban dinero al escenario y pataleaban y me gritaban: «¡Bravo, bravo, Supermán!». Ése era mi público y yo era un artista que los hacía felices. Los sábados y domingos ganaba más porque el teatro se llenaba. Llegué a ser tan famoso que iban turistas de todas partes del mundo a verme”, dice uno de los personajes en el cuento “Aplastado por la mierda”.

SOBREVIVIR EN LA HABANA

En su siguiente libro, El Rey de la Habana, Gutiérrez se arriesga a dejar a un lado la primera persona y el optimismo del primer libro. Además, entrega una novela en toda la extensión de la palabra, es decir, no hecha con cuentos. En ella, narra el día a día de un niño que nace en la pobreza y que, a partir de ahí, su vida estará marcada por la marginalidad, la carencia y, principalmente, la violencia.

Sin ser una novela política, en esta Pedro Juan pone en escenas la forma en que vive una buena parte de población de Centro Habana. La siguiente descripción muestra la manera en que un par de chicos realizan un lucrativo negocio:

“Muchas veces la única comida del día era un pedazo de pan y un jarro de agua con azúcar, pero así y todo crecieron. Descubrieron que las palomas de otros venían a posarse en la azotea de ellos, y no era difícil cazarlas vivas. Entonces idearon un señuelo: un hermoso palomo, macho y seductor, que volaba por encima de todos los edificios. Siempre aparecía alguna palomita incauta, admiradora de aquel bello galán. Y allá se iba. Alzaba el vuelo tras él y el palomo la conducía hasta su jaula para hacerle el amor a pierna suelta. Entonces: trass. Rey y Nelson cerraban la puerta de la jaula. En el mercado de Cuatro Caminos pagaban cuarenta o cincuenta pesos por la paloma. Hasta cien pesos si era blanca. Con la crisis y el hambre y la locura por irse del país, todos hacían trabajos de santería, y las palomas, chivos y gallos se vendían a buen precio. Igual las gallinas negras, que son muy buenas para limpiezas y quitarse lo malo de arriba. Cuando los muchachos vendían una paloma la cosa mejoraba: comían un par de pizzas y un batido de fruta. Llevaban pizzas a su madre y a la abuela”.

De la misma manera que Reinaldo Arenas retrata la forma en que “pescaban gaviotas” en la cárcel, Gutiérrez hace un duro retrato de lo que significa vivir y morir en Cuba, de la homosexualidad y la prostitución.

PESE A TODO, SIGO AQUÍ

La tercera entrega del llamado Ciclo de Centro Habana es el retrato de los cubanos en el exterior. En Animal tropical, Pedro Juan, el álter ego del escritor, vuelve a tener la voz principal, con lo que vuelven el optimismo y las bacanales de ron y mulatas. Sin embargo, en este libro la visión del mundo de orden y progreso de una protagonista sueca le sirve para contraponer ambas visiones del mundo.

El Pedro Juan protagonista acaba por visitar la gélida Suecia, enfrentándose a la nostalgia por “La Revolución” se vincula con un grupo de exiliados latinoamericanos que defienden a Cuba, pero que gozan de todos los beneficios del estado de bienestar sueco. Es en este libro que Gutiérrez se muestra más político, no porque haya un posicionamiento abierto, sino porque muestra las contradicciones de ambos mundos. Para el protagonista la respuesta es el cinismo. No quiere involucrarse en contiendas ideológicas, pero prefiere la dionisiaca y pobre isla, que el ordenado y frugal tiempo sueco.

El sueño vikingo de muchos es desechado por la nostalgia de la carne y el ron habanero. Así, el Pedro Juan de la ficción, al igual que el de la realidad, reniegan de las convenciones a las que es obligado todo escritor.

UN JOVEN DE 68 AÑOS

Gutiérrez ha sido tildado de racista; algunos de sus críticos dicen que la forma en que representa a negros y mulatos no es la mejor. También lo han acusado de misógino, por sus personajes femeninos, casi siempre damas deseosas de sexo, y hasta de homófobo; pero al escritor le importa muy poco lo que piensen de él, de la misma manera que le tiene sin cuidado la censura tácita que sufren sus libros de prosa dentro de la isla. “Se leen, circulan en ediciones piratas o ilegales”, se ufana.

A sus 68 años este hombre que ha sido vendedor de helados y periódicos, soldado, instructor de natación, cortador de caña de azúcar, albañil, dibujante, locutor de radio y televisión, pintor con exposiciones individuales en prestigiosas galerías, poeta, cronista y narrador traducido a varios idiomas y publicado en una cincuentena de países, dice que le tiene sin cuidado lo que digan de él. Sabe que debe agregar más a su leyenda. Cuando le preguntan por sus influencias, siempre dice que las historietas fueron lo primero que leyó y lo que más lo ha influido. Al igual que Leonardo Padura, decidió quedarse a vivir en Cuba, aunque espera una “permuta” para alejarse de Centro Habana.

Mientras esto sucede, sigue escribiendo poesía y pintando, y observando a sus vecinos desde la azotea de su edificio.

Texto publicado originalmente en Contra réplica el 25 de enero de 2019.

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Iván Farías

Escritor y cinéfago. Articulista en Playboy. Writer and columnist in Playboy.