Art Bell, el locutor paranormal
Un hombre está al teléfono, se le escucha realmente aterrado y habla de manera entrecortada, su es voz muy peculiar porque se percibe un cierto timbre metálico, tal vez porque la llamada está siendo intervenida. Solloza, por lo cual, las mucosidades lo hacen escucharse aún más extraño y contrariado. Hablaba esa noche con Art Bell, estaba al aire en su famoso programa Coast to Coast, era 1997.
El tipo por fin, luego de que Bell lo conmina a explicarle su caso, le dice que él trabajaba en el Área 51, famosa base militar en la que se asegura hay restos de una nave extraterrestre, y que pidió una baja por enfermedad, cosa que aprovechó para escapar y huir por todo el país.
Toma aire, se nota que lo piensa y advierte que van a “triangular su localización” por lo que tiene poco tiempo para confesarse. Dice que lo que creemos que son extraterrestres son en realidad “seres extra dimensionales”, que están inmiscuidos en el gobierno y están planeando exterminarnos. Luego de esto se corta la transmisión. Al poco tiempo regresa Art Bell, dice que los tiraron del aire y se pone a hablar con otra persona, tal vez Alan Corberth, su socio, de la llamada recibida.
Supongo que la gente que oyó en vivo esa revelación se quedó con una sensación de estupor y miedo como yo lo hice la primera vez que la escuché.
Un hombre enamorado de la radio
Ese tipo de personajes se comunicaban con Art Bell noche a noche, semana a semana a través de los años. Bell era todo un icono dentro de los temas paranormales y de conspiración, murió apenas este 12 de abril de 2018, en su casa de Pahrump, Nevada. Bell nació en Jacksonville, Carolina del Norte, el 17 de junio de 1945. Se alistó en la fuerza aérea de su país, por lo que fue enviado como médico a Vietnam, suceso que le crearía un peculiar entendimiento con la cultura asiática, llegando a incluso a casarse con dos mujeres filipinas a lo largo de su vida y realizando un maratón radiofónico de 116 horas y 15 minutos, en la isla de Okinawa, Japón, para rescatar huérfanos vietnamitas.
Pero su principal gusto era la radio, a la edad de 13 años se convirtió en radio operador con licencia, tenía una señal, la W6OBB. Por lo que una vez que estuvo en Vietnam echó a funcionar una estación pirata, dentro de la Base de la Fuerza Aérea de Amarillo. En ella tocaría música antibélica como Eve of Destruction o Fortunate Son, canciones prohibidas en la radio autorizada, la American Forces Network.
Una vez que terminó el conflicto, Bell regresó a Estados Unidos y comenzó a trabajar en California en diversas estaciones de radio. Programaba rock y hacía radio hablada. Fue en 1978, ya en Las Vegas, a pocas horas de Los Ángeles, que iniciaría un programa en la frecuencia de la KDWN, llamado West Coast. En ella hablan de temas políticos de actualidad con invitados en vivo o tomando llamadas, se podría decir que su línea era de centro derecha. Sería diez años después, en 1988 que Bell y su coproductor, Alan Corberth decidieron hacer un cambio total, dejar la política dura y pura y virar hacia las teorías de la conspiración y los temas paranormales. Cambiaron el nombre del programa al más nacional, Coast to Coast y abandonaron el Plaza Hotel & Casino, desde donde transmitían, a un estudio improvisado en la casa de Bell en Pahrump, dentro del mismo estado de Nevada.
Conspiraciones y fraudes paranormales
Las teorías de la conspiración es un tema muy gustado por una gran parte de la ciudadanía estadounidense que ve en el gobierno a un enemigo más que a un Estado que ofrezca bienestar. Este afortunado giro hizo que comenzara a ganar audiencia rápidamente. El programa ya duraba 5 horas, tenía el teléfono abierto, aceptaban con gusto a cualquier participante y debido a esto, Coast to Coast comenzó a sindicarse. En Estados Unidos no hay radios nacionales como tal, defienden mucho la localía, pese a eso, hay ciertos programas que son comprados por estaciones de otros estados, lo que sucedió con el de Bell, por lo que en cosa de poco tiempo Bell era escuchado más allá de Nevada.
Pero sería en luego de los atentados terroristas en la ciudad de Oklahoma en 1995, que se decantaría por los temas paranormales abandonando las teorías de la conspiración de corte político. Bell quería evitar que lo vieran como un instigador de milicias paramilitares, ya que él era simpatizante de la portación de armas y en su programa se había discutido muchas veces el control de ellas. El giro fue afortunado, en menos de dos años su programa era emitido en 328 estaciones en todo Estados Unidos, luego, en tan solo unos meses, llegó a estar en 500 estaciones y a tener 15 millones de oyentes cada noche y a ser el tercer locutor más escuchado en aquel país. Nada mal para un programa que se hacía casi de manera casera.
El éxito de su emisión era la voz ronca, de fumador de Bell y el tono de seriedad y respeto con el que trataba con la gente, no importando la disparatada historia que le contaran, Bell hacía preguntas y esperaba que los hablantes se explicaran. Sabía mantener un buen timming, mezclaba historias breves durante el kilométrico programa, con una historia más larga que abarcaba muchas más emisiones. De vez en vez encontraba una trama que le permitía mantener a su auditorio atento por días y días.
Los puntos en común de las historias de Bell era la gran conspiración del gobierno norteamericano, esa que implicaba que siempre escondían algo, como si fueran un grupo monolítico sin fisuras. Otra constante era el inminente Apocalipsis, cada historia de largo aliento implicaba la desaparición de la humanidad.
En su libro The coming global Superstorm, escrito a la limón con la autora de terror Whitley Strieber, narra como el cambio climático destruye al mundo ante la mirada paciente del Gobierno que no hace nada por evitarlo, amén de colar la teoría de alienígenas ancestrales. El texto fue inspiración de Roland Emmerich para el taquillazo de desastres El día después de mañana. Seguramente Bell tuvo un orgasmo al ver la destrucción que imaginaba directo en la pantalla gigante del cine.
Grandes éxitos
En la era pre internet 2.0, apenas pasado el milenio, hubo una hoax, es decir un mito creado de forma anónima y alimentada por muchos, sobre un viajero del tiempo que procedía del año 2036 y que aseguraba que en el año 2015 habría un presidente de color y una Tercera Guerra Mundial, en la que estarían implicados Estados Unidos contra sus enemigos Rusia, China y la Unión Europea. Sería en los foros de Internet del programa de Bell que este viajero del tiempo tendría nombre, John Titor. Bell aseguraba que Titor le mandó un par de faxes, que leyó al aire. Es ahí que el locutor comenzaría a dar orden y sentido a una historia que hasta ese momento era solamente una especie de cuento de ciencia ficción poco desarrollado.
El componente principal de los primeros mensajes era su máquina del tiempo y la búsqueda de una computadora IBM 5100 muy necesaria para solucionar algunos problemas tecnológicos de su época. Titor tuvo mucha atención en el programa de Bell y desarrolló una visión apocalíptica muy propia de las tramas que le encantaban al locutor. El viajero del tiempo decía que era un soldado, que las tensiones raciales y religiosas desencadenaron la guerra total en la que los Estados Unidos salieron victorioso aunque a un alto costo y que ahora, en su futuro, luchaban contra un virus “peor que el SIDA”.
Lo más interesante era que sus predicciones no necesitaban ser verificadas porque aseguraba que cuando alguien del futuro viaja al pasado modificaba la línea temporal por lo que él decía podría haber cambiado. Más allá de ser reales o no sus historias (yo creo que abiertamente son un fraude), la creación de Titor y sus peculiares respuestas eran hechas por alguien con muchas lecturas de ciencia ficción leída y tecnología. No por nada, John Titor saltó de las manos de Bell a cobrar vida por cuenta propia.
El hoyo de Mel
Otra de esas historias que saldrían del programa de Coast to Coast, sería la de Mel Waters, otro seudónimo de un personaje. Mel aseguraba que acaba de comprar una propiedad en la que había un agujero muy particular, porque parecía no tener fondo. Después de muchas llamadas, la primera datada en 1997, se fue configurando una historia que implicaba que algo aterrador vivía en ese lugar profundo y que luego de varios experimentos, de ir escuchando como el hombre se quebraba, el final de ella llegó con el complot favorito de Bell, el gobierno expropió su finca y guardó todo en secreto. Lo más interesante de esta historia fue la manera en que Bell dejaba hablar al hombre y este, gran narrador, iba comentando los mil y un experimentos con el agujero sin fondo. Era como escuchar de propia voz una historia de corte fantástica con un buen inicio, desarrollo y un final contundente. Como muchas otras tramas de Bell no había necesidad de probar nada porque ante cualquier duda, se podía argumentar que las pruebas estaban cubiertas por una gran conspiración. El hecho era tan ambiguo, que aceptaba varias interpretaciones, lo mismo podía tratarse de una falla geológica real, un puerto de entrada para alienígenas, un animal no conocido o lo que la imaginación de auditorio quisiera creer.
Bell no daba respuestas, solo planteaba las preguntas, además, no discriminaba, lo mismo podía invitar a un hombre que estaba construyendo una máquina del tiempo que otro que aseguraba vivir con una raza extraterrestre humana proveniente de Andrómeda. Bell mismo aseguraba que junto a su esposa de aquel tiempo, una noche vio una nave triangular de unos 50 metros de largo que sobrevolaba su auto.
Simple entretenimiento
Art Bell sabía su negocio, era un tipo inteligente, afable, que como aseguraba su socio Alan Corbeth sabía how to create theater of the mind, es decir, sabía cómo crear el teatro de la mente. Supo ver en lo paranormal un negocio que le permitió vivir de la radio durante años, pese a las burlas de miles de personas y de asociaciones científicas, como el Committee for Skeptical Inquiry, grupo fundado, entre otros por Carl Sagan, quien le otorgó el premio Snuffed Candle Award por “alentar la seudociencia y alentar la credulidad”.
Pero toda esa andanada de risas y descalificaciones no le importaban su público fiel, que cuando oían la canción de apertura, The Chase de Giorgio Moroder, sabía que pasarían varias horas escuchando historias en las que ellos creían.